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Algunos poemas modernistas

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Incluimos una breve selección de poemas de Rubén Darío y Manuel Machado.

 

 

El Modernismo

 

Rubén Darío

Manuel Machado  

 

 

 


 

 

Rubén Darío

 

 

                        Caupolicán

   Es algo formidable que vio la vieja raza;

robusto tronco de árbol al hombro de un campeón

salvaje y aguerrido, cuya fornida maza

blandiera el brazo de Hércules o el brazo de Sansón.

   Por casco sus cabellos, su pecho por coraza,

pudiera tal guerrero, de Arauco en la región,

lancero de los bosques, Nemrod que todo caza,

desjarretar un toro o estrangular un león.

   Anduvo, anduvo, anduvo. Le vio la luz del día,

le vio la tarde pálida, le vio la noche fría,

y siempre el tronco de árbol a cuestas del titán.

   "¡El Toqui, el Toqui!", clama la conmovida casta.

Anduvo, anduvo, anduvo. La aurora dijo "Basta",

e irguióse la alta frente del gran Caupolicán.

 

 

 

 

                SONATINA

 

    La princesa está triste...¿Qué tendrá la princesa?

Los suspiros se escapan de su boca de fresa,

que ha perdido la risa, que ha perdido el color.

La princesa está pálida en su silla de oro,

está mudo el teclado de su clave sonoro,

y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor.

    El jardín puebla el triunfo de los pavos reales.

Parlanchina, la dueña dice cosas banales,

y vestido de rojo piruetea el bufón.

La princesa no ríe, la princesa no siente;

la princesa persigue por el cielo de Oriente

la libélula vaga de una vaga ilusión. [...]

    ¡Ay!, la pobre princesa de la boca de rosa

quiere ser golondrina, quiere ser mariposa,

tener alas ligeras, bajo el cielo volar;

ir al sol por la escala luminosa de un rayo,

saludar a los lirios con los versos de mayo

o perderse en el viento sobre el trueno del mar [...]

     ¡Pobrecita princesa  de los ojos azules!

Está presa en sus oros, está presa en sus tules,

en la jaula de mármol del palacio real;

el palacio soberbio que vigilan los guardas,

que custodian cien negros con sus cien alabardas,

un lebrel que no duerme y un dragón colosal.

    ¡Oh, quién fuera hipsipila que dejó la crisálida!

(La princesa está triste, la princesa está pálida)

¡Oh visión adorada de oro, rosa y marfil!

¡Quién volara a la tierra donde un príncipe existe,

-la princesa está pálida, la princesa está triste-,

más brillante que el alba, más hermoso que abril!

    -«Calla, calla, princesa -dice el hada madrina-;

en caballo, con alas, hacia acá se encamina,

en el cinto la espada y en la mano el azor,

el feliz caballero que te adora sin verte,

y que llega de lejos, vencedor de la Muerte,

a encenderte los labios con un beso de amor».

 

 

 

   El cisne en la sombra parece de nieve;

su pico es de ámbar, del alba al trasluz;

el suave crepúsculo que pasa tan breve

las cándidas alas sonrosa de luz.

   Y luego, en las ondas del lago azulado,

después que la aurora perdió su arrebol,

las alas tendidas y el cuello enarcado,

el cisne es de plata, bañado de sol.

   Tal es, cuando esponja las plumas de seda,

olímpico pájaro herido de amor,

y viola en las linfas sonoras a Leda,

buscando su pico los labios en flor.

   Suspira la bella desnuda y vencida,

y en tanto que al aire sus quejas se van,

del fondo verdoso de fronda tupida

chispean turbados los ojos de Pan.

 

 


 

     Yo persigo una forma que no encuentra mi estilo

botón de pensamiento que busca ser rosa;

se anuncia con un beso que en mis labios se posa

al abrazo imposible de la Venus de Milo.

     Adornan verdes palomas el blanco peristilo;

los astros me han predicho la visión de la Diosa;

y en mi alma reposa la luz como reposa

el ave de la luna sobre un lago tranquilo.

    Y no hallo sino la palabra que huye,

la iniciación melódica que de la flauta fluye

y la barca del sueño que en el espacio boga;

     y bajo la ventana de mi Bella-Durmiente,

el sollozo continuo del chorro de la fuente

y el cuello del gran cisne blanco que me interroga.

 

 

 

                 Melancolía

  Hermano, tú que tienes la luz, dime la mía.

Soy como un ciego. Voy sin rumbo y ando a tientas.

Voy bajo tempestades y tormentas

ciego de ensueño y loco de armonía.

  Ese es mi mal. Soñar. La poesía

es la camisa férrea de mil puntas cruentas

que llevo sobre el alma. Las espinas sangrientas

dejan caer las gotas de mi melancolía.

Y así voy, ciego y loco, por este mundo amargo;

a veces me parece que el camino es muy largo,

y a veces que es muy corto...

  Y en este titubeo de aliento y agonía,

cargo lleno de penas lo que apenas soporto.

¿No oyes caer las gotas de mi melancolía?         

 

 

                 Lo fatal

Dichoso el árbol que es apenas sensitivo,

y más la piedra dura, porque ésta ya no siente,

pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,

ni mayor pesadumbre que la vida consciente.

Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,

y el temor de haber sido, y un futuro terror...

Y el espanto seguro de estar mañana muerto,

y sufrir por la vida y por la sombra y por

lo que no conocemos y apenas sospechamos,

y la carne que tienta con sus frescos racimos

y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,

¡y no saber adónde vamos

ni de dónde venimos...!

 


 

 

    Manuel Machado

 

                    Adelfos

 

   Yo soy como esas gentes que a mi tierra vinieron

-soy de la raza mora, vieja amiga del sol-

que todo lo ganaron y todo lo perdieron.

Tengo el alma de nardo del árabe español.

   Mi voluntad se ha muerto una noche de luna

en que era muy hermoso no pensar ni querer...

Mi ideal es tenderme, sin ilusión ninguna...

De cuando en cuando un beso y un nombre de mujer.

    En mi alma, hermana de la tarde, no hay contornos...;

y la rosa simbólica de mi única pasión

es una flor que nace en tierras ignoradas

y que no tiene aroma, ni forma, ni color.

    Besos ¡pero no darlos!  Gloria.... ¡la que me deben!

 ¡Que todo como un aura se venga para mí!

Que las olas me traigan y las olas me lleven

y que jamás me obliguen el camino a elegir.

¡Ambición!, no la tengo. ¡Amor!, no lo he sentido.

No ardí nunca en un fuego de fe ni gratitud.

Un vago afán de arte tuve... Ya lo he perdido.

Ni el vicio me seduce ni adoro la virtud.

    De mi alta aristocracia dudar jamás se pudo.

No se ganan, se heredan, elegancia y blasón...

Pero el lema de casa, el mote del escudo,

es una nube vaga que eclipsa un vano sol.

   Nada os pido. Ni os amo ni os odio. Con dejarme

lo que hago por vosotros hacer podéis por mí...

¡Que la vida se tome la pena de matarme,

ya que yo no me tomo la pena de vivir! ...

Mi voluntad se ha muerto una noche de luna

en que era muy hermoso no pensar ni querer...

De cuando en cuando un beso, sin ilusión ninguna.

¡El beso generoso que no he de devolver!

 

 

   Era un suspiro lánguido y sonoro

la voz del mar aquella tarde... El día,

no queriendo morir, con garras de oro

de los acantilados se prendía.

   Pero su seno el mar alzó potente,

y el sol, al fin, como en soberbio lecho,

hundió en las olas la dorada frente,

en una brasa cárdena deshecho.

   Para mi pobre cuerpo dolorido,

para mi triste alma lacerada,

para mi yerto corazón herido,

  para mi amarga vida fatigada...

¡el mar amado, el mar apetecido,

el mar, el mar, y no pensar en nada!

 

 

 

Yo, poeta decadente,

español del siglo veinte,

que los toros he elogiado,

y cantado

las golfas y el aguardiente...,

y la noche de Madrid,

y los rincones impuros,

y los vicios más oscuros

de estos bisnietos del Cid:

de tanta canallería

harto estar un poco debo;

ya estoy malo, y ya no bebo

lo que han dicho que bebía.

Porque ya

una cosa es la poesía

y otra cosa lo que está

grabado en el alma mía...

Grabado, lugar común.

Alma, palabra gastada.

Mía... No sabemos nada.

Todo es conforme y según.

 

  

 

 LA CANCION DEL PRESENTE

No sé odiar, ni amar tampoco.

Y en mi vida inconsecuente,

amo, a veces, como un loco

u odio de un modo insolente.

Pero siempre dura poco

lo que quiero y lo que no...

¡Qué sé yo!

Ni me importa...

Alegre es la vida y corta,

pasajera.

Y es absurdo,

y es antipático y zurdo

complicarla

con un ansia de verdad

duradera

y expectante.

¿Luego?... ¡Ya!

La verdad será cualquiera.

Lo precioso es el instante

que se va.

 

 

 

A UN POETA QUE EMPIEZA

 

Ni senda más estrecha ni camino

más áspero, ni esfuerzo rudi

tanto como el que emprendes, siervo del encanto

falaz que oculta el trágico destino.

No huyas, empero, del dolor divino.

Nada vale la vida en que no hay llanto.

Es el vía.crucis de dolor lo santo

en el peregrinar del peregrino.

Cree con amor, con fe invencible ama.

Pon toda en la Belleza tu alma absorta.

Vive y miere por ella, que es tu dama.

Llegar, ¡quién piensa! Caminar importa,

sin que se extinga la divina llama

del arte largo en nuestra vida corta.