La novela española a partir de 1939
Introducción
La Posguerra
La narrativa española de los 40: el realismo tremendista
La narrativa española de los 50: el realismo social
La renovación de las técnicas narrativas en los años 60: la superación del realismo
Los novelistas del 68
La novela española actual (1976-2000)
Poco antes de iniciarse la Guerra Civil asistimos ya a un resurgimiento de la Novela realista. R.J.Sender publica Mr. Witt en el cantón en 1935. Esta tendencia se prolongará después del 39.
Durante la contienda se realiza una novela de combate, panfletaria, maniqueísta y tendenciosa, puesta al servicio de los intereses belicistas de cada bando. Son obras de urgencia y de escasa calidad literaria.
Situación socio-económica y cultural
La Guerra Civil provoca un corte muy profundo con la tradición anterior: quedan rotas o abandonadas las tendencias renovadoras y experimentales impulsadas por Baroja, Unamuno o Valle-Inclán. Ni siquiera las propuestas más próximas de Pérez de Ayala, Miró o Jarnés tienen continuadores. Parece como si la novela de posguerra entroncara con el realismo del XIX, tendencia que ya se había manifestado en los años inmediatos de pre-guerra (Sender), pero cuyos frutos habían desaparecido de la circulación por causa de la censura. Una serie de datos nos ayudan a configurar este panorama:
-Aislamiento cultural.
-Falta de maestros (muertos o en el exilio).
-Censura (incluso al 98, al 68...). Incluso "doble censura" (eclesial y política).
-Auge de las traducciones (W.S.Maugham, Pearl S. Buck...) para llenar el hueco editorial.
-Novela evasiva (Carmen de Icaza) o de Guerra: García Serrano escribe La fiel infantería (1943), exaltación de los vencedores, pero que fue censurada por motivos morales.
Para el estudio dividiremos este amplio periodo en distintas etapas: Realismo tremendista (1939-1950), Realismo social u objetivo (1951-1962) y superación del realismo (1962-1975). Por último, estudiaremos alguno de los autores más importantes que han surgido en los últimos años. Esta división no puede ser estricta, ya que hay autores que van evolucionando (y nos los encontraremos en diversas etapas) y otros que se escapan a todo tipo de encasillamiento.
La narrativa española de los 40: el realismo tremendista
Aunque, con relación al periodo de guerra, se amplían los temas tratados, estos son aún, en palabras de Martínez Cachero,"años de convalecencia".
Si por estos años la vida cultural está cargada de notas triunfalistas, de deseos de evasión (en el teatro, principalmente) y de retornos al formalismo clásico (poesía), pronto aparecerá una literatura inquietante y hasta cargada de angustia: una poesía desarraigada (Blas de Otero, G. Celaya); novelas como La Familia de Pascual Duarte de Cela (1942) o Nada de Carmen Laforet (1945)... En esta línea, domina un enfoque existencial que suele ser producto de las posguerras.
Sin embargo, tras el malestar vital, tras las angustias personales, percibimos unas raíces sociales concretas, aun cuando los autores no tuvieran intención social patente, cosa que tampoco permitía la censura.
Esta época viene marcada por la desorientación, los múltiples tanteos (realismo barojiano; novela psicológica, heroica, poética, simbólica...) en busca de un cauce por el que pueda transcurrir una literatura acorde con los momentos que se viven. La desorientación es aún mayor si recordamos la desconexión con el pasado inmediatamente anterior: se "secuestran" las obras sociales de "preguerra", se desconocen las obras de los exiliados; la novela deshumanizada está muy lejos de los dramáticos momentos que se viven... Parece que sólo Baroja conecta con las preocupaciones de estos autores.
Cela, con La familia de Pascual Duarte, agria visión de realidades míseras y brutales, inaugura el tremendismo: selección de los aspectos más duros de la vida. Tuvo un enorme éxito, y la fórmula se repitió hasta el abuso: no sólo en la obra de Cela, comienzo y cumbre de la tendencia, encontramos ese desquiciamiento de la realidad en un sentido violento o esa sistemática presentación de hechos desagradables e incluso repulsivos; hubo muchos seguidores: carga tremendista, en mayor o menor grado, hay en Delibes (La sombra del ciprés es alargada, si bien con una honda religiosidad) o Ana María Matute (Los Abel). Otros desvirtúan rápidamente el género (se "esperpentiza"). A finales de la década se pide moderación.
Las crueldades de la guerra civil, tan recientes, tan difíciles de olvidar, contribuyen a dicha moda. Moda que, según Tomás Borrás, no respondía a "delectación por lo morboso, sino a propósito revulsivo".
Típico de esta novela será el reflejo amargo de la vida cotidiana, desde un enfoque existencial. Por eso los grandes temas son la soledad, la inadaptación, la frustración, la muerte. Abundan los personajes marginales y desarraigados, desorientados y angustiados. Todo ello revela un malestar que, en última instancia, es "social", aunque para algunos críticos no se pueda hablar de "novela social", sino "parasocial" (Gil Casado), puesto que lo que caracteriza a esta novela no son los problemas sociales en sí sino su transposición a la esfera de lo personal.
Como conclusión digamos que la situación de la novela en estos inicios de la posguerra era ya esperanzadora e incluso satisfactoria. Pese a la guerra, el exilio, la incomunicación, la censura, la escasez de papel y la sobra de traducciones, pese a la falta de maestros-modelos y de críticos orientadores, pese al desprestigio de lo estético, el género echó a andar (Martínez. Cachero): surgen escritores que alcanzarán diversa fortuna; hay lectores y editores; se fomentan los premios-concursos (Nadal). Al cabo de no muchos años el panorama había evolucionado claramente. La generación del medio siglo no partirá ya del cero absoluto.
Autores
Camilo José Cela. Considerado el iniciador del tremendismo (La familia de Pascual Duarte, (1942). Esta obra fue el gran acontecimiento novelístico de la posguerra, debido, en gran parte, al vacío existente. Se trata de un experimento violento y amargo. La novela ilustra una concepción del hombre: criatura arrastrada por la doble presión de la herencia y del medio social. Pascual es un infeliz que casi no tiene otro remedio que ser, una y otra vez, un criminal. Cela , en esta obra, se revela ya como un hábil constructor del relato y un magistral prosista. Destaca por su manejo de los recursos lingüísticos, por el uso de léxico rural, por la fuerza de sus descripciones, por la maestría de los retratos...
Carmen Laforet: Nada (1945) es su principal novela; es la historia de una muchacha que ha ido a estudiar a Barcelona, donde vive con sus familiares en un ambiente sórdido de mezquindad, de histeria, de ilusiones fracasadas, de vacío, rodeada de personas desquiciadas por la guerra, y que al acabar el curso viaja a Madrid "sin haber conocido nada de lo que confusamente esperaba: la vida en su plenitud, la alegría, el interés profundo, el amor". Por primera vez tras la guerra, una parcela irrespirable de la realidad contemporánea, de lo cotidiano, quedaba recogida implacablemente con un estilo desnudo, de trazo firme y con un tono desesperantemente triste.
Miguel Delibes es considerado como el máximo representante del realismo intimista. Nos habla de tristeza y frustración en La sombra del ciprés es alargada (Premio Nadal, 1947), pero les opone una resignación religiosa. es una novela con gran preocupación humano-psicológica, bellas descripciones del paisaje y estilo expresivo en los diálogos.
Otros autores destacados son Antonio de Zunzunegui, Rafael García Serrano, G. Torrente Ballester o Ignacio Agustí.
La narrativa española de los 50: el realismo social
"Hacia 1951 la literatura española, andadas ya las trochas del tremendismo, dio un giro a su intención y empezó a marchar por la senda del realismo objetivo", escribe Cela. Este decenio supone un enriquecimiento de nuestro panorama novelesco. Siguen publicando autores de la época anterior (los denominados novelistas de la "promoción de 36": Cela, Delibes...) pero se producen unos hechos significativos que nos permiten hablar de nueva etapa. En 1954 ("año inaugural", para Sobejano) coinciden cinco títulos importantes: El fulgor y la sangre, de Aldecoa; Los bravos, de Fernández. Santos; El Trapecio de Dios, de Ferrer-Vidal, Juegos de manos, de J. Goytisolo y Pequeño teatro, de A.M. Matute. En 1956 aparece El Jarama, de Sánchez Ferlosio: la corriente está consolidada. La mayoría de los críticos (así Sanz Villanueva) retrasan el inicio de esta época a 1951, año de la publicación de La Colmena, de Camilo José Cela. y La noria, de Luis Romero. También se citan como iniciadoras dos obras de Delibes: El camino (1950) y Mi idolatrado hijo Sisí (1953).
Asistimos a unos profundos intentos de renovación, favorecidos por las circunstancias históricas: progresiva incorporación de España a la órbita internacional tras el anterior aislamiento; tímida liberalización intelectual y primera apertura de diálogo con los exiliados; evolución socio-económica del país (migraciones campo-ciudad); entrada de un multitudinario turismo extranjero; posibilidad de viajar fuera y de conocer una literatura diferente...
Se produce el surgimiento de una nueva generación de narradores. Aunque entre ellos existan sustanciales diferencias, comparten unos comunes supuestos ideológicos y participan de preocupaciones temáticas y formales semejantes. Su propósito es ofrecer el testimonio de un estado social desde una conciencia ética y cívica. Además pretenden que la literatura sirva de revulsivo político (literatura como arma política), aunque son pocos los que adoptan una postura extrema y la mayoría insiste en los condicionamientos artísticos de la obra literaria.
El relato suele ser objetivista (a veces conductista: Sánchez Ferlosio, García Hortelano), con influencias de las técnicas cinematográficas. Con esta técnica se pretende, además de adoptar una nueva posición narrativa, eludir, en cierta medida, la censura. Así la literatura cumple (o pretende cumplir) también el papel de dar unas informaciones que los medios de comunicación de la época ocultan.
En cuanto a los precedentes se han señalado el neorrealismo italiano (sobre todo el cinematográfico: Vittorio de Sica -El ladrón de bicicletas, 1948- o el primer Visconti), algunos escritores americanos (Dos Passos, Steimbeck, Hemingway, Faulkner) y, en menor medida, el noveau roman francés. Entre los españoles, los críticos han hablado de los influjos que ejercen Galdós y Baroja (aunque no todos los estudiosos coinciden) y la admiración que despierta Machado.
Dentro de la generación (llamada generación del 55 o del medio siglo) es posible distinguir una tendencia neorrealista y otra social. En la primera la crítica es más velada; posee caracteres humanitarios y puede considerarse como una primera fase de la novela político social. A esta tendencia pertenecen Ignacio Aldecoa, Fernández Santos, Sánchez Ferlosio, Ana Mª Matute o Carmen Martín Gaite. Los escritores sociales son, entre otros, Caballero Bonald, García Hortelano, Juan Goytisolo, Luis Goytisolo, Alfonso Grosso, Juan Marsé...
También se produce una oscilación entre el lirismo subjetivo (Matute) y la objetividad despersonalizada (El Jarama, de Sánchez Ferlosio), y los mismos escritores van de una línea a la otra (así Sánchez Ferlosio en Alfanhuí). Y la división casi angustiosa entre el "yo" y el mundo, entre la realidad y el ensueño, está siempre en el corazón mismo de los relatos de Juan Goytisolo.
En cuanto a las técnicas narrativas, dos son los procedimientos que se emplean: el objetivismo (testimonio escueto, sin aparente intervención del autor; el grado extremo será el conductismo: limitarse a registrar la pura conducta externa de individuos o grupos y a recoger sus palabras, sin comentarios ni interpretaciones) y el realismo crítico, que es una denuncia de desigualdades e injusticias desde posturas dialécticas. Por esta línea puede llegarse a una mayor o menor distorsión de la realidad, pues ya no se trata de reproducirla, sino de explicarla, poniendo al descubierto sus mecanismos más profundos, y no sólo reflejar lo aparente (objetivismo). Aquí es decisiva la influencia de los americanos: la crudeza y distorsión de W. Faulkner, el retrato colectivo de J. Dos Passos, la denuncia social de Steinbeck, el dramático descontento de Hemingway... Aunque las divergencias teóricas son claras, en la práctica es más difícil establecer diferencias.
Temas
Los temas capitales de estos novelistas son la infructuosidad, la soledad social y la guerra como recuerdo y sus consecuencias. Salen a la España de los caminos en busca del pueblo perdido (en el esfuerzo estéril y el aislamiento: J. Goytisolo en Campos de Níjar) y alguno vuelve a la ciudad para encontrar otra parte del pueblo perdido (en el apartamiento de grupos y clases). Los protagonistas viven su soledad no de un modo individual, sino social: barrios, círculos, grupos... Es una soledad engendrada por la desconexión entre ricos y pobres, trabajo y capital, campo y ciudad, pueblo y Estado. La razón última de esa soledad está en la división de los españoles, recrudecida por la guerra.(Ninguno de los novelistas ha escrito novelas sobre la guerra, pero en sus obras aparece como referencia, como trasfondo lejano, recuerdo o antecedente determinador.)
En la temática destaca un desplazamiento de lo individual a lo colectivo: la sociedad española se convierte en tema narrativo. Los principales campos temáticos son:
-La dura vida del campo: Los bravos, de Jesús Fernández Santos (1954), Dos días de setiembre, de Caballero Bonald (1962).
-El mundo del trabajo, con las relaciones laborales: Central eléctrica, de López Pacheco (1958).
-El mundo urbano, abarcando un amplio panorama (La Colmena, de Cela, 1951) o presentando el mundo de los suburbios y mostrando solidaridad con los humildes.
-La burguesía: Juegos de manos, de J. Goytisolo (1954).
En general predominan los ambientes de intemperie: campo, mar, aldeas, arrabales...(Sobejano).
El tiempo de la acción de estas novelas suele ser la actualidad, como corresponde al común intento de iluminar el presente. El espacio y el tiempo suelen concentrarse para conseguir una historia modélica. Modélico resulta también el personaje, concebido desde supuestos muy maniqueos, poco analizado en su dimensión psicológica.
El estilo se caracteriza por una deliberada pobreza léxica y por una tendencia populista a recoger los aspectos más superficiales de los registros lingüísticos populares o coloquiales. Pero no podemos decir sin más que estemos ante un estilo descuidado, pues en bastantes obras se muestra un notable interés por lo formal: hay que huir tanto de la tradicional idea de la "pobreza léxica" como de la exageración de Sobejano: "el propósito de renovación es considerable". Estos autores aportaron novedades, pero el contenido en ellos adquiere prioridad y a él se subordinan las técnicas elegidas; se antepone la eficacia de las formas a su belleza; y, desde luego, se rechaza la pura experimentación o el virtuosismo.
Autores
CAMILO JOSÉ CELA. En La Colmena (1951), retrato fiel -aunque incompleto- de una tristísima realidad presidida por el sexo, el hambre y el miedo, como tres dioses implacables, comparece el Madrid de los cuarenta a través de un nutrido censo de personajes (160), sin que ninguno posea entidad de protagonista. Cela es el novelista omnisciente que crea y manipula a su antojo seres y situaciones; los personajes se retratan hablando, pero el autor contribuye con palabras propias: no es una actitud conductista; el humor y una ternura soterrada se lo impiden. La novela está en el límite entre lo existencial y lo social, pero como claro precursor de la novela social de los cincuenta, aporta "tres notas estructurales: la concentración del tiempo, la reducción del espacio y la protagonización colectiva"(Sobejano).
MIGUEL DELIBES. El camino (1950), Las Ratas (1962) o Mi idolatrado hijo Sisí (1953) son obras de este periodo; las dos primeras de ambiente rural; la tercera narra la vida de las costumbres y la mentalidad de la burguesía provinciana. Caracterizan a Delibes unas dotes excepcionales de narrador, una insuperable capacidad para reflejar tipos y ambientes y un seguro dominio del idioma, que le permite acertar en los más variados registros, sobre todo en la autenticidad del habla popular.
JUAN GOYTISOLO. Está considerado por la crítica como el escritor más importante de la generación nueva por la amplitud y significación de su obra (Sanz Villanueva); es el portaestandarte del realismo crítico, pero su evolución le ha llevado hasta una nueva vanguardia narrativa. La crítica ha distinguido en él tres periodos:
-Tiene un primer periodo de interpretación poética de la realidad: Juegos de Manos, 1954 (despiadada visión de la juventud burguesa); Duelo en el Paraíso, 1955 (sobre unos niños que, influidos por las circunstancias bélicas, juegan a la guerra). En ella destacan unos evidentes impulsos líricos que el autor reprimirá para conseguir un realismo más estricto.
-A continuación, una postura crítico-social (La Resaca, 1958, novela, o Campos de Níjar, libro de viaje).
-Por último, en una tercera fase intenta dar una visión global del ser de España (cultura, religión, tradición). Esta etapa se inicia con Señas de identidad (1966) (cfr. infra).
Esta evolución se produce debido a la constante autoexigencia del autor, que le ha llevado a sorprendentes cambios tanto en la temática de sus obras como en la técnica, en la realización artística de las mismas. Ha pasado desde el más puro testimonialismo, seco y austero hasta la renovación más audaz.
RAFAEL SÁNCHEZ FERLOSIO. El Jarama está considerada como la más clara representante novela del conductismo (aunque esta opinión también es puesta en duda por algunos). La novela carece de protagonista; se cuenta un día de ocio de unos jóvenes. Posee escaso interés argumental: salvo el triste incidente final, apenas pasa nada: los personajes charlan, se divierten, comen, se aburren...; carece incluso de tema. El autor se limita a transcribir los distintos momentos de aquel día con una precisión desusada. Y todo esto nos hace entrar en un penoso aunque no siempre bien advertido drama de nuestro tiempo: la alienación de la vida cotidiana, reflejada en la alegre insustancialidad de aquellos jóvenes; su vacío, su vulgaridad.
En la novela domina casi por completo el diálogo. En la parte descriptiva aflora un escritor muy cuidadoso que puebla el relato de imágenes, comparaciones... y que interpreta los hechos, por lo que desaparece el conductismo puro.
El Jarama presenta una acertada configuración del personaje colectivo, una técnica cinematográfica y una transcripción eficaz del lenguaje hablado coloquial, pero bastante elaborado. También destaca la cuidadosa estructuración: alternancia de dos centros generacionales: orillas del Jarama y la venta; al final se funden en una (la venta) salvo el episodio de la muerte de Lucita.
La obra posee un significado simbólico: oposición mundo joven-mundo adulto, aburguesado y conformista. Los que no se acomodan pierden a uno de ellos (los jóvenes que se quedan en la orilla).También ha sido destacada la condensación del tiempo: toda la novela abarca dieciséis horas.
La renovación de las técnicas narrativas en los años 60: la superación del realismo
Los años 60 son años de cambios importantes en España en los aspectos económico y cultural. El cambio político no llegará hasta 1975, pero la transformación en la novela se había producido bastante antes. "Una vez más, la literatura se había anticipado" (Ángel Basanta).
Se considera 1962 como la fecha de inicio de esta nueva etapa en la narrativa española. Se publican Tiempo de Silencio, de Luis Martín Santos y La Ciudad y los perros, de Mario Vargas-Llosa, iniciándose el llamado "Boom de la narrativa hispanoamericana". Tras ciertas reticencias, puede decirse que las nuevas formas se imponen hacia 1966-67; el Realismo social es un movimiento ya acabado, con epígonos de escasa importancia. El cambio se vio impulsado tras la incorporación de figuras consagradas de la generación del 36 (Cela, Delibes) y del 50 (Goytisolo).
Se dan unas circunstancias históricas nuevas: desarrollo económico (España, potencia industrial); aumento de los contactos con el exterior; cierta flexibilidad en la censura (Ley de Prensa de 1966), aunque siguen prohibiéndose algunas novelas (Goytisolo, Marsé...)
Los factores literarios serán mucho más determinantes para explicar el cambio de rumbo novelístico: hay un cansancio de los lectores hacia la novela social, demasiado preocupada por los aspectos críticos y que va abandonando progresivamente el interés por la elaboración formal. El mismo Goytisolo lo reconocía: "supeditando el arte a la política rendíamos un flaco servicio a ambas: políticamente ineficaces, nuestras obras eran, para colmo, literariamente mediocres; creyendo hacer literatura política, no hacíamos ni una cosa ni otra". La Literatura se muestra ineficaz como arma para transformar el mundo.
En opinión de Martínez Cachero, la irrupción de la novela hispanoamericana y el conocimiento de la obra de autores exiliados contribuyen al florecimiento de esta nueva etapa.
Para Joaquín Marco la nueva narrativa es el fruto del "desengaño", que alcanza a contenido y expresión; la nueva novela tenderá hacia el formalismo y el expresivismo lingüístico, que se manifiesta en "una revalorización de la imaginación (A. Cunqueiro), una atención hacia el estilo (Delibes, Goytisolo), un cuidado por la estructura (Marsé, Benet), una manera poemática (Matute)".
El término que más fortuna ha hecho para denominar a este periodo es el de Novela Estructural, acuñado por Sobejano: "La denominación que yo le doy, novela estructural, podría ser aceptable teniendo en cuenta estos tres aspectos: el relieve de la estructura formal (disposición de las partes en una figura que se presenta como nueva), la indagación de la estructura de la conciencia personal (habitualmente del protagonista), y la exploración de la estructura del contexto social. Novela estructural quiere decir que la estructura está, en este tipo de novelas, más acentuada, formal y sistemáticamente, que cualquier otro elemento".
La obra narrativa sufrirá una serie importante de transformaciones (e incluso destrucciones) en todos sus elementos: acción, personajes, punto de vista, estructura... Se adoptan técnicas nuevas; se diluyen los límites entre géneros. El afán renovador es total, afectando a todos los elementos narrativos: autor y punto de vista; tratamiento de la anécdota; estructuración; personajes; personas narrativas; diálogos; tipos de monólogo; descripciones...
Autores
JUAN MARSÉ. En 1966 publica Últimas tardes con Teresa. Es una obra aún de contenido social: crítica de la burguesía catalana, representada en este caso por la juventud universitaria. Con Si te dicen que caí (1973) completó su amarga visión de la posguerra barcelonesa, en los barrios pobres de la ciudad.
JUAN BENET se consagra como creador de un vasto ciclo novelesco localizado en el espacio mítico de Región. En opinión de Ángel Basanta, "desde Volverás a Región (1967) y Una meditación (1970) hasta Saúl ante Samuel (1980), que en muchos aspectos constituye la culminación de la saga regionata, la narrativa de Benet, considerada por algunos como paradigma de la modernidad, es un intento de comprender la ruina y la soledad de unos lugares y unas gentes perfilados como una alegoría de la España contemporánea y de su historia". Benet rechaza toda imitación de la realidad y se dedica, en su incesante renovación formal, a la destrucción de los elementos tradicionales del relato (acción, personajes, espacio, tiempo...).
CAMILO JOSÉ CELA. San Camilo, 36 (1969) es un ininterrumpido monólogo interior escrito en segunda persona autoreflexiva, situado en Madrid en los días de inicio de la Guerra Civil. Sólo se recoge lo más sórdido y obscuro: la violencia, la deformidad y, sobre todo, el sexo. En la obra se encuentran tres grandes unidades: la vida nocturna de Madrid, con abundantes situaciones sexuales; pesadillas y monstruos subjetivos en estado de formación (se está gestando algo horrible) y el nacimiento de esos monstruos (que simbolizan el odio y la Guerra Civil que estalla en esos momentos). Oficio de Tinieblas 5 continúa en esta línea de innovación.
MIGUEL DELIBES llega a la cumbre de su narrativa con Cinco horas con Mario (1966), obra formada por una introducción y una conclusión que enmarcan un largo monólogo interior de una mujer que vela a su marido recién fallecido. Dos sentimientos se debaten en su interior: la culpabilidad por un adulterio (deseado pero no cometido) y la frustración, porque considera que su marido la ha postergado injustamente. En opinión de A. Basanta, "se consigue reflejar el tradicional enfrentamiento entre las dos Españas, en este caso representadas por un honrado intelectual liberal y su esposa, quien, desde su ideología y conducta conservadora, dirige a su difunto marido un largo soliloquio lleno de reproches acerca de todos los asuntos en los que ambos no pudieron entenderse".
JUAN GOYTISOLO se une a este nuevo rumbo de la novela con Señas de identidad (1966). Su estructura es muy compleja; en ella se dan todas las innovaciones posibles: cambios de punto de vista, disertaciones, monólogos interiores, textos periodísticos, de folletos turísticos, de informes policiales; frases en francés, alemán o inglés; ruptura de la línea y escritura en versículos; páginas enteras sin signos de puntuación; superposiciones y entrecruzamientos de planos temporales distintos... Todo ello posee una motivación clara: la búsqueda del personaje-autor de su propia identidad y, a la vez, revisión del pasado nacional: de su historia, su cultura, sus tradiciones. Esta línea continúa en Reivindicación del conde don Julián (1970) y Juan sin Tierra (1975), formando la trilogía de "La destrucción de la España sagrada".
GONZALO TORRENTE BALLESTER alcanza la fama con La saga/fuga de J.B. (1972), en la cual se lleva a cabo la parodia de la novela experimental y la recuperación del arte de contar historias en la novela. "Como Cervantes en el Quijote, Torrente logró en La saga/fuga una original síntesis de realismo y fantasía, restaurando así el pacto narrativo con el lector, alejado de tanto discurso carente de interés" (Basanta).
José Bastida es el protagonista; siempre tuvo deseos de ser otro. Aprovecha una invitación para asistir a una grotesca Tabla Redonda que existe en la ciudad de la que es maestro (Castroforte del Baralla); es convocado porque conocía muy bien la ciudad y la historia de los Jota Be; el profesor desata su imaginación y va venciendo con sus invenciones a las personalidades más ilustres de Castroforte.
LUIS MARTÍN SANTOS. La principal novedad en Tiempo de Silencio no está en los temas (frecuentes en la narrativa de su época: la vida de los pobres y de las clases medias, la fisonomía de la ciudad, la abulia de las gentes), los personajes o el argumento. Está en el nuevo planteamiento discursivo propuesto por su autor, en el uso de técnicas narrativas innovadoras (frente a la escasez de recursos de la novela social), siempre puestas al servicio de una intencionalidad crítica. La novela de los años anteriores se preocupaba cada vez más por el contenido, olvidando o relegando a un segundo plano las técnicas, los aspectos formales. Contra esto reacciona M.Santos. Así, conectamos con los novelistas intelectuales del Novecentismo (Pérez de Ayala). El relato se ofrece a un lector que debe interpretar los hechos y extraer sus conclusiones personales. Estamos ante un texto libre dirigido a un lector libre, activo.
Martín Santos es deudor, en gran medida, de la obra de Joyce, Ulysses, punto de partida real para la composición de Tiempo de Silencio.
Martín Santos continúa la revolución narrativa iniciada por Joyce, aunque con intención diferente, y por otros caminos. MARTÍN SANTOS acude al empleo de una variada gama de voces y puntos de vista. En el relato aparecen las tres personas narrativas; el enfoque objetivo alterna con el subjetivo. Son escasos los capítulos donde no se da la narración omnisciente que permite al narrador, además de contar, enjuiciar los hechos.
Coincidiendo con el auge de la novela experimental, aparece una nueva generación de narradores. Son los novelistas nacidos y educados en la posguerra, en los años de restricciones, que vivieron la rebelión contra el franquismo en las protestas universitarias del 68 (inspiradas en el Mayo francés). A estos novelistas también se les ha designado como Generación del 66 (ley de prensa) o del 75 (fin de la dictadura, publicación de muchas de sus obras). Pero parece más aceptable la fecha de 1968 (Basanta), ya que todos estos autores estaban en la Universidad por estas fechas y sus personalidades se estaban formando.
Estos autores empiezan a publicar entre 1968 y 1975. Las primeras obras están claramente bajo el influjo de la novela estructural de los 60. En estas mismas fechas se empieza la recuperación de los elementos tradicionales del relato (Torrente Ballester: La saga/fuga de J.B.), y estos autores contribuirán más tarde al asentamiento de esta tendencia. En un primer momento reniegan de la novela social, defienden la novela basada en la investigación de la estructura y el lenguaje y abordan problemas del hombre considerado en su individualidad, aislado de la realidad colectiva (Sanz Villanueva). Las primeras obras de los autores del 68 contribuyen a aumentar el ambiente de novedad que se vivía (José María Guelbenzu: El mercurio, 1968). Otros autores significativos son Félix de Azúa, Manuel Vázquez Montalbán o José María Vaz de Soto.
Posteriormente se produce una reflexión serena sobre el arte de la novela y se deja de lado el experimentalismo puro, recuperándose elementos tradicionales del relato, aunque sin olvidar los logros (no pocos) conseguidos por la novela estructural. En este nuevo rumbo intervienen autores que forman la segunda oleada generacional: Eduardo Mendoza, José María Merino y Juan José Millás; M.Vázquez Montalbán se une a esta tendencia.
Tres novelas fundamentales, de tres generaciones distintas, han contribuido a la llegada de esta "nueva" fórmula narrativa: La saga/fuga de J.B. (1972, TORRENTE BALLESTER), que parodiaba las novedades experimentales y se recuperaba la herencia cervantina de novelar; Escuela de mandarines, de MIGUEL ESPINOSA (1974), de menor fama, pero en la que también se ve una vuelta a los pilares tradicionales del relato, y La verdad sobre el caso Savolta (1975), de EDUARDO MENDOZA, que conjuga magistralmente la intriga tradicional con diversas técnicas experimentales: folletín, parodias del estilo periodístico, de documentos judiciales, de discursos políticos... La obra va desde un principio experimental (recortes breves, inconexos aparentemente, sin orden cronológico) hasta un final lineal propio de la novela policíaca, con una reconstrucción casi detectivesca de los hechos que antes quedaban sin explicar; hemos pasado desde la experimentación a la recuperación de la intriga y del relato lineal. Y en una sola novela. Con esta obra consigue el Premio de la Crítica, siendo el primer novelista del 68 galardonado. En sus demás obras alterna novelas menores, casi intrascendentes (El misterio de la cripta embrujada; El laberinto de las aceitunas) con otras de mayor envergadura: La ciudad de los prodigios (1986) y La isla inaudita (1989), que no alcanzan, en su conjunto, la calidad de su opera prima. El año del diluvio (1992), es una historia de amor entre una religiosa y un terrateniente; podemos calificarla como obra irregular, con momentos muy logrados. También ha escrito una obra de teatro (Restauración), estrenada con éxito y una novela por entregas (Sin noticias de Gurb). En 1996 publica Una Comedia ligera, historia de un dramaturgo barcelonés que, entrando en la madurez de su vida, se ve involucrado en un crimen y debe recorrer los diversos estratos de la Barcelona de la posguerra para demostrar su inocencia. Usa la técnica del discurso directo narrativizado y destaca por la magistral mezcla de estilos, desde el más culto al más vulgar; acierta Mendoza en la descripción de ambientes: el mundo teatral, la alta burguesía catalana, los bajos fondos...
Su última novela es La aventura del tocador de señoras, donde vuelve a recuperar al narrador-detective de El misterio... en una magnífica novela de humor, parodia e intriga que ha merecido unánimes elogios de crítica y lectores.
En esta época que venimos estudiando se inicia también la producción de uno de los escritores más prolíficos y polémicos de la actualidad: Francisco Umbral (Madrid en 1935). Umbral residió durante su infancia y adolescencia en Valladolid y en 1961 se trasladó a Madrid. Entre sus títulos principales destacan: Balada de gamberros (1965), El giocondo (1970), Memorias de un niño de derechas (1972), Carta abierta a una chica progre (1973), Diario de un snob (1974), Las ninfas (1975; premio Nadal), Mortal y rosa (1975), considerada por la crítica como su mejor novela y reeditada con gran éxito en 1995, Mis paraísos artificiales (1976), El hijo de Greta Garbo (1982), Trilogía de Madrid (1984), La belleza convulsa (1985), Nada en domingo (1988), El día que violé a Alma Mahler (1988), Crónica de esa gente guapa (1991), libro de sátira social, Leyenda del césar visionario (1991; premio de la Crítica), Las señoritas de Aviñón (1995)... Ha publicado también biografías literarias sobre Lorca, Valle-Inclán, Larra y Gómez de la Serna; ensayos (España cañí, 1975; La fábula del falo, 1985 ; El fetichismo, 1986; Las palabras de la tribu, 1994), un Diccionario para pobres (1977), un Diccionario cheli (1982) y un Diccionario de literatura (1995).
Umbral es autor de una vasta obra periodística, ensayística y narrativa, incisiva, expresiva, irónica y lírica; reclamándose discípulo de Larra, Valle-Inclán, González Ruano y Gómez de la Serna, ha desarrollado un lenguaje inimitable y particularmente efectivo, abundante en hallazgos propios y elementos del habla popular estilizados. Ha escrito en gran parte de las revistas y periódicos españoles, generalmente con secciones fijas que le han consagrado como uno de los grandes autores de periodismo literario del país. La política, la vida social y cultural, la infancia, el erotismo y Madrid son los temas recurrentes de una producción en que se difuminan los límites entre el articulismo, las memorias, la sátira de chispeante y corrosivo sarcasmo, la novela y la historia, con toques de la picaresca, Los Episodios de Galdós y El ruedo ibérico de Valle-Inclán. En el año 2000 recibió el Premio Cervantes.
La novela española actual (1976-2004)
El fin de la Dictadura, la Restauración monárquica y la llegada de la Democracia abren un nuevo periodo en nuestra Historia. El ambiente de libertad -ahora sí, total-, la desaparición de la censura y el acercamiento a Europa (ingreso en la C.E.E.) son hechos relevantes de esta nueva etapa. Existe un mayor conocimiento de la cultura europea y, a la vez, nuestra cultura es más conocida fuera de nuestras fronteras.
El fin de la censura sirvió para clarificar el panorama de la novela española: se publican en España obras prohibidas y editadas en el extranjero (Goytisolo, Marsé); textos inéditos o mutilados aparecen ahora en su integridad (Martín Santos; Vaz de Soto); se recupera la narrativa de los exiliados (algunos reciben importantes premios literarios: Sender, Francisco Ayala, Rosa Chacel); se traducen obras extranjeras antes prohibidas.
Los primeros años de la Democracia traen un auge de la novela política (J. Semprún: Autobiografía de Federico Sánchez), pero en seguida empiezan a diversificarse enormemente los temas; se cultivarán todas las tendencias narrativas posibles. A este panorama tan variado contribuye la coexistencia de distintas promociones: la del 36 (Cela, Delibes, Torrente), del 50 (Goytisolo, Marsé), la del 68 (Vaz de Soto, José Mª Guelbenzu, Vázquez Montalbán, E. Mendoza...) y los novelistas de los 80, entre los que destacamos a Rosa Montero (1951), Jesús Ferrero (1952), Justo Navarro (1953), Julio Llamazares (1955), Antonio Muñoz Molina (1956), etc. Estos autores del 80 siguen, por lo general la tendencia de los autores de 68; en sus obras se produce una búsqueda de la universalidad (cosmopolitismo en hechos, escenarios, maestros), a veces a costa de ignorar lo propio en favor de lo ajeno. En algunas de sus últimas obras (Muñoz Molina: El jinete polaco, Premio Planeta 1991) se produce un retorno a lo español, a la búsqueda de nuestras raíces inmediatas (olvidadas por la Historia oficial anterior) y a la profundización en la esencia y los orígenes del ser español actual.
Tendencias en la novela española actual
Existe una variedad enorme de temas y una calidad bastante elevada en muchas de nuestras últimas novelas. Esto hace que cada vez sea más difícil clarificar el panorama y establecer tendencias unificadoras. La mezcla de cuatro generaciones narrativas, la llegada de autores exiliados, el auge de los premios literarios y el boom editorial dificultan enormemente la tarea. Intentaremos agrupar los autores y obras en las principales tendencias reconocidas por la crítica (Sanz Villanueva; Basanta):
La metanovela. Consiste en incluir la narración misma como centro de atención del relato ("novela especular") La novela se vuelve sobre sí misma; el texto narrativo ofrece el resultado final y a la vez el camino que ha llevado a él; se cuenta una novela y también los problemas planteados en su creación. Es un ejemplo claro de literatura dentro de la literatura. En esta línea nos encontramos obras como:
-Fragmentos de apocalipsis (1977) de G.T.Ballester, en la que se insertan tres planos: diario de trabajo del narrador; narración fantástica y crítica autoreflexiva de la propia escritura.
-Novela de Andrés Choz (1976), de José María Merino. Destaca también Merino en las narraciones breves (El viajero perdido)
-Fabián (1977), de Vaz de Soto.
-Papel Mojado (1983), El desorden de tu nombre (1988), de J.José Millás.
-Julián Ríos: Larva (1983) y Poundemonium (1988).
Novelas poemáticas o novelas líricas. Novela poemática es la que aspira a ser un texto creativo autónomo, acercándose al poema lírico (Sobejano). Se produce una tendencia a la concentración máxima, no imitación de la realidad, personajes insondables, mitos, símbolos, lenguaje más sugerente que referencial.
-La isla de los jacintos cortados, (1980) de G.T.Ballester.
-Mazurca para dos muertos (1983), de Cela.
-Los santos inocentes (1981), de Delibes.
-Makbara (1980) y Las virtudes del pájaro solitario (1988), de Goytisolo.
-La lluvia amarilla (1988), de Julio Llamazares. Su última novela es Escenas de cine mudo (1994).
-Madera de Boj (1999) de Camilo José Cela.
Novela histórica. Desde distintos puntos de vista: fabulación imaginaria del pasado, proyección del pasado sobre el presente, aprovechamiento de la Historia para indagaciones intelectuales y ejercicios de estilo.
Edad Media: -En busca del unicornio (1987),Juan Eslava Galán.
-El manuscrito carmesí (1990), de Antonio Gala.
Siglo de Oro -Extramuros, (1978), de Jesús Fernández Santos.
Siglo XX -Octubre, Octubre (1981), de José Luis Sampedro;
-La verdad sobre el caso Savolta (1975)
-La ciudad de los prodigios (1986), de Eduardo Mendoza.
Guerra Civil -Beatus ille de Muñoz Molina.
-Herrumbrosas lanzas (1983-86) de Juan Benet.
-Jinetes del alba, de Jesús Fernández Santos.
Novela de intriga. Se potencia la intriga por medio de esquemas policíacos y otros procedimientos de la novela negra. A este auge contribuyó el éxito de El nombre de la rosa (1980), de Umberto Eco, donde se combinan lo intelectual, lo histórico y lo policíaco. En esta línea ya se encontraba La verdad sobre el caso Savolta, o la serie Carvalho de M.Vázquez Montalbán, en la que sobresale, entre otras, La soledad del mánager (1977). Destaca un escritor de la última generación, galardonado ya con el Premio de la Crítica, Nacional de Novela o Planeta: Antonio Muñoz Molina (Úbeda, 1956), con dos novelas fundamentales: El invierno en Lisboa (1987) y Beltenebros (1989). El jinete polaco (1992) lo confirma como uno de los mejores narradores actuales. Aquí la intriga policíaca ha desaparecido para construir una novela rica, compleja, de un estilo poderoso y brillante en donde todas las piezas encajan a la perfección. En 1993 publica una interesante colección de cuentos (Nada del otro mundo); aparece a continuación El dueño del secreto (1994), novela breve en la que se narra un intento fallido de derrocar el régimen franquista a finales de los años 60 . En Ardor guerrero, una memoria militar (1995), rememora su paso por la mili. En 1997 publica Plenilunio, donde regresa al género de la novela negra para contar la investigación del asesinato de una niña. Fue bien acogida por la crítica, aunque no alcanza las cotas de El jinete polaco. En 1999 publica Carlota Fainberg, novela breve, obra en la que un pusilánime profesor de literatura en una universidad norteamericana narra la historia que sobre la misteriosa Carlota Fainberg le refiere un viajante español con quien coincide en una sala de espera de un aeropuerto. El protagonista tendrá la oportunidad, a continuación, de desvelar el misterio de esta mujer en una inminente visita a Buenos Aires, lugar de residencia de la mujer. La obra mezcla ironía y misterio, dentro del estilo habitual del autor. Su última obra, Sefarad (2004) definida por el autor como "novela de novelas" supone una recuperación de historias de destierros y desarraigos acontecidos durante el siglo XX.
Enorme popularidad ha alcanzado Arturo Pérez Reverte desde la publicación de El maestro de esgrima (1988), a la que han seguido El club Dumas, La tabla de Flandes o Territorio comanche (1994), inspirada esta última en los conflictos de la ex-Yugoslavia. En 1995 publica La piel del tambor, obra ambientada en Sevilla, lugar en el que un sacerdote enviado desde El Vaticano, debe investigar unos misteriosos crímenes que suceden en una Iglesia casi en ruinas, "una iglesia que mata para defenderse". Es una obra bastante tópica en cuanto a su ambientación: al parecer, en Sevilla sólo hay gitanas, toreros frustrados, curas y gentes de la alta nobleza. En 1996 publica El Capitán Alatriste, historia de un soldado en la España barroca. Se concibe como la primera de una serie de ocho novelas con los mismos protagonistas; la segunda entrega (Limpieza de sangre) se publica en 1997 y la tercera (El sol de Breda) para la campaña navideña del 98-99. En el 2000 publica, primero en internet y después en "soporte tradicional", El oro del rey. El valor fundamental de Pérez Reverte reside en su habilidad para dosificar la intriga; estilísticamente son obras pobres, de escaso valor, donde prima la trama sobre cualquier otra cosa.
Destaquemos también al madrileño Javier Marías (1951). Su obra, traducida a distintos idiomas, ha obtenido varios premios literarios tanto en España como en el extranjero, entre ellos el premio Herralde de Novela (1986) y el premio de la Crítica (1993). Como traductor ha recibido el premio Nacional de Traducción (1979). Marías recurre habitualmente a un narrador protagonista que relata en primera persona, y a la mezcla de narración y reflexión, combinación que le permite dar saltos temporales y establecer un juego entre pasado, presente y futuro; en estos tres momentos, parecen repetirse las mismas situaciones con personajes semejantes. En Todas las almas (1989), el recuerdo de un profesor de sus años de estancia en Oxford inmoviliza un período de tiempo como si se tratase de una fotografía. En ese mundo, surgen asociaciones que permiten al narrador recordar a personajes próximos y tener la sensación de que todo está relacionado por razones desconocidas. Corazón tan blanco (1993) presenta los temas más característicos del autor: el azar, como instrumento de un destino que juega con los individuos en un mundo marcado por la muerte, el amor, las amistades, las traiciones y las lealtades. La intriga, generada por un hecho fortuito o por el recuerdo de un suicidio, da pie a la creación de la sensación de misterio que rodea al protagonista y a su familia. También Mañana en la batalla piensa en mí (1994) se construye sobre una intriga desencadenada por la casualidad. En Negra espalda del tiempo (1998), Javier Marías plantea cómo toda narración convierte un hecho en ficticio, pues ya no constituye el hecho en sí, sino la visión del que narra. De esta manera, la literatura llega a ser más convincente que la realidad, y por ello, muchas veces el lector confunde al narrador con el autor, ya que le atribuye a uno experiencias del otro.
El caso más espectacular de la novela actual lo supone Luis Landero (1948), que con su primera obra (Juegos de la edad tardía, 1989) consiguió el Premio Nacional y el Premio de la Crítica. En 1994 publica su segunda obra, Caballeros de Fortuna, novela en la que se narra la vida de cuatro personajes distintos que poco a poco van confluyendo hasta un curioso final. Destaca en la caracterización de los personajes, con momentos memorables. Su última obra hasta la fecha es El mágico aprendiz, de 1999. De 2002 es El Guitarrista. En 2004 publica una colección de relatos, Entre líneas: el cuento o la vida. Del año 2007 es Hoy, Júpiter, interesante novela en la que dos historias independientes acaban confluyendo. La prosa inteligente de Landero vuelve a destacar en esta obra.
Es de destacar el caso del joven Juan Manuel de Prada, que salta a la fama con la publicación de Coños (1995), libro de relatos breves. Tras una nueva incursión en la narrativa corta (El silencio del patinador), escribe Las máscaras del héroe (1996), novela larga muy bien acogida por la crítica, en la línea de la novela histórica ambientada en el primer tercio del siglo XX. Se consagra así como uno de los novelistas más prometedores de nuestra Literatura actual. Su éxito se ve refrendado en 1997 con la obtención del premio planeta por la obra La Tempestad, donde incluye rasgos de la novela policíaca. La obra se desarrolla en Venecia, a donde el protagonista acude para contemplar el cuadro de Giorgone La tempestad, que da título al libro. Al llegar presencia un crimen (contempla la muerte de un famoso falsificador de cuadros) y se ve envuelto en una trama detestivesca. Como es habitual en Prada, su estilo mezcla el registro más culto con coloquialismos y apreciaciones rompedoras. La crítica internacional lo reconoce como una de las más firmes promesas de la narrativa actual. Su premio planeta La Tempestad no alcanza el nivel de la obra anterior, y a duras penas mantiene la tensión en las 100 primeras páginas, para decaer posteriormente. Las esquinas del aire (2000) narra la investigación que un novelista principiante hace sobre la polifacética poetisa Ana María Martínez Sagi. Su última obra, Desgarrados y excéntricos (2004) es una biografía (no siempre verídica) de autores olvidados del primer tercio del siglo XX. Entre ellos aparecen algunos de los retratados en Las máscaras del héroe, como Pedro Luis de Gálvez o Armando Buscarini.
Intriga y humor se unen en la primera novela del ovetense Tino Pertierra (¿Acaso mentías cuando dijiste que me amabas, 1997), que nos presenta una historia de desengaño amoroso desde el punto de vista masculino: un fotógrafo, de enorme éxito con las mujeres, sufre su primer rechazo: la mujer con la que vive y mantiene una relación estable, una modelo, lo abandona de repente. La obra nos relata las peripecias del protagonista que se debate entre recuperar su pasado de conquistador o volver a vivir con su chica.
No todo se agota en estas líneas. La crónica novelada o la novela realista son otras tendencias que se siguen en la actualidad. También es destacable el caso de los poetas que hacen incursiones en la novela: es el caso del gaditano Felipe Benítez Reyes (Premio Nacional de Poesía en 1996), con Humo (1994), premio Ateneo de Sevilla, obra en la que destaca el estilo cuidado, las comparaciones y las metáforas; en 1998 publica su última novela, El novio del mundo, magnífica. En 2007 gana el premio Nadal con Mercado de espejismos, inteligente y mordaz parodia de las novelas de intriga histórico-esotérica, con el singular estilo del roteño.
Bibliografía
BASANTA, Ángel: La novela española de nuestra época, Madrid, Anaya, 1990.
LÁZARO, Fernando. y TUSÓN, V: Literatura del siglo XX, Madrid, Anaya.
MARTÍNEZ CACHERO, J.Mª: La novela española entre 1936 y 1980, Madrid, Castalia. 1985.
SANZ VILLANUEVA, S: Historia de la novela social española (1942-1975), Madrid, Alhambra, 1980. 2 vols.
SOBEJANO, Gonzalo: La novela española de nuestro tiempo, Madrid, Prensa Española, 1975.
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