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Antología de poesía actual

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Antología de poesía española desde 1940 hasta nuestros días.

 

Antología de poesía actual

 

Postismo

Grupo Cántico

Poetas de los 40

Generación de los 50

Novísimos

Poesía de la experiencia

Dos poetas andaluzas

Poesía última


 

 

Postismo

LOS AMANTES

 

Como estatuas de lluvia con los nervios azules

Secretos en sus leyes de llaves que abren túneles

Sucios de fuego y de cansancio reyes

Han guardado sus gritos ya no más

Cada uno en el otro engacelados

De noches tiernas en atroz gimnasio

Viven actos de baile horizontal

No caminan de noche ya no más

Se rigen de deseo y no se hablan

Y no se escriben cartas nada dicen

juntos se alejan y huyen juntos juntos

Ojos y pies dos cuerpos negros llagan

Fosforescentes olas animales

Se ponen a dormir y ya no más

Carlos Edmundo de Ory

 

 

FONEMORAMAS

 

Si canto soy un cantueso

Si leo soy un león

Si emano soy una mano

Si amo soy un amasijo

Si lucho soy un serrucho

Si como soy como soy

Si río soy un río de risa

Si duermo enfermo de dormir

Si fumo me fumo hasta el humo

Si hablo me escucha el diablo

Si miento invento una verdad

Si me hundo me Carlos Edmundo

Carlos Edmundo  de Ory, Poesía 1945-1969, 1970

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Grupo Cántico

SÓLO TU AMOR Y EL AGUA

Sólo tu amor y el agua....Octubre junto al río

bañaba los racimos dorados de la tarde,
y aquella luna odiosa iba subiendo, clara,
ahuyentando las negras violetas de la sombra.
Yo iba perdido, náufrago por mares de deseo,
cegado por la bruma suave de tu pelo.
De tu pelo que ahogaba la voz en mi garganta
cuando perdía mi boca en sus horas de niebla.
Sólo tu amor y el agua.....El río, dulcemente,
callaba sus rumores al pasar por nosotros,
y el aire estremecido apenas se atrevía
a mover en la orilla las hojas de los álamos.
Sólo se oía, dulce como el vuelo de un ángel

al rozar con sus alas una estrella dormida,
el choque fugitivo que quiere hacerse eterno,
de mis labios bebiendo en los tuyos la vida.
Lo puro de tus senos me mordía en el pecho
con la fragancia tímida de dos lirios silvestres,
de dos lirios mecidos por la inocente brisa
cuando el verano extiende su ardor por las colinas.
La noche se llenaba de olores de membrillo,
y mientras en mis manos tu corazón dormía,
perdido, acariciante, como un beso lejano,
el río suspiraba.....
Sólo tu amor y el agua...

Pablo García  Baena

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Poetas de los 40

BASTA

Imagine mi horror por un momento

que Dios, el solo vivo, no existiera,

o que, existiendo, sólo consistiera

en tierra, en agua, en fuego, en sombra, en viento.

Y que la muerte, oh estremecimiento,

fuese el hueco sin luz de una escalera,

un colosal vacío que se hundiera

en un silencio desolado, liento.

Entonces ¿para qué vivir, oh hijos

de madre, a qué vidrieras, crucifijos

y todo lo demás? Basta la muerte.

Basta. Termina, oh Dios, de malmatarnos.

O si no, déjanos precipitarnos

sobre Ti —ronco río que revierte.

Blas de Otero

MADEMOISELLE ISABEL

Mademoiselle Isabel, rubia y francesa,

con un mirlo debajo de la piel,

no sé si aquél o ésa, oh mademoiselle

Isabel, canta en él o si él en ésa.

Princesa de mi infancia: tú, princesa

promesa, con dos senos de clavel;

yo, le livre, le crayon, le... le.... oh Isabel

Isabel..., tu jardín tiembla en la mesa.

De noche, te alisabas los cabellos,

yo me dormía, meditando en ellos

y en tu cuerpo de rosa: mariposa

rosa y blanca, velada con un velo.

Volada para siempre de mi rosa

-mademoiselle Isabel- y de mi cielo.

Blas de Otero

LA POESÍA ES UN ARMA CARGADA DE FUTURO

 

Cuando ya nada se espera personalmente exaltante,

mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia,

fieramente existiendo, ciegamente afirmando,

como un pulso que golpea las tinieblas,

cuando se miran de frente

los vertiginosos ojos claros de la muerte,

se dicen las verdades:

las bárbaras, terribles, amorosas crueldades:

Se dicen los poemas

que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados,

piden ser, piden ritmo,

piden ley para aquello que sienten excesivo.

Con la velocidad del instinto,

con el rayo del prodigio,

como mágica evidencia, lo real se nos convierte

en lo idéntico a sí mismo.

Poesía para el pobre, poesía necesaria

como el pan de cada día,

como el aire que exigimos trece veces por minuto

para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.

Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan

decir que somos quien somos,

nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.

Estamos tocando el fondo.

Maldigo la poesía concebida como un lujo

cultural por los neutrales

que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.

Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.

Hago mías las faltas.  Siento en mí a cuantos sufren

y canto respirando.

Canto y canto, y cantando más allá de mis penas

personales, me ensancho.

Quisiera daros vida, provocar nuevos actos,

y calculo por eso, con técnica, que puedo.

Me siento un ingeniero del verso y un obrero

que trabaja con otros a España en sus aceros.

Tal es mi poesía: Poesía-herramienta

a la vez que latido de lo unánime y ciego.

Tal es, arma cargada de futuro expansivo

con que te apunto al pecho.

No es una poesía gota a gota pensada.

No es un bello producto. No es un fruto perfecto.

Es algo como el aire que todos respiramos,

y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.

Son palabras que todos repetimos sintiendo

como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado.

Son lo más necesario: lo que no tiene nombre.

Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos.

Gabriel Celaya: Cantos iberos

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Generación de los 50

LOPE. LA NOCHE. MARTA

He abierto la ventana. Entra sin hacer ruido

(afuera deja sus constelaciones).

"Buenas noches, Noche".

Pasa las páginas de sombra

en las que todo está ya escrito.

Viene a pedirme cuentas.

"Salí al rayar el alba —digo—.

Lamía el sol las paredes leprosas.

Olía a vino, a miel, a jara"

(Deslumbrada por tanta claridad

ha entornado los ojos).

La llevan mis palabras por calles, ascuas, no lo sé:

oye la plata de las campanadas.

Ante la puerta de la iglesia

me callo, me detengo —entraría conmigo

si yo no me callase, si no me detuviera—;

yo sé bien lo que quiere la Noche;

lo de todas las noches;

si no, por qué habría venido.

Ya mi memoria no es lo que era. En la misa del alba

no dije Agnus Dei qui tollis peccata mundi,

sino que dije Marta Dei (ella es también cordero de Dios

que quita mis pecados del mundo).

La Noche no podría comprenderlo,

y qué decirle, y cómo, para que lo entendiese.

No me pregunta nada la Noche,

no me pregunta nada.  Ella lo sabe todo

antes que yo lo diga, antes que yo lo sepa.

Ella ha oído esos versos

que se escupen de boca en boca, versos

de un malaleche del Andalucía

—al que otro malaleche de solar montañés

llamara “capellán del rey de bastos”—

―en los que se hace mofa de mí y de Marta,

amor mío, resumen de todos mis amores:

Dicho me han por una carta

que es tu cómica persona

sobre los manteles, mona

y entre las sábanas, Marta.

qué sabrá ese tahúr, ese amargado

lo que es amor.

La Noche trae entre los pliegues de su toga

un polvillo de música, como el del ala de la mariposa.

Una música hilada en la vihuela

del maestro del danzar, nuestro vecino.

En la cocina la estará escuchando Marta;

danzará, mientras barre el suelo que no ve,

manchado de ceniza, de aroma, de trigo candeal,

de jazmines, de estrellas, de papeles rompidos.

Danza y barre Marta.

Pido a la Noche que se vaya.  Hasta mañana, Noche.

Déjame que descanse. Cuando amanezca regaré el jardín,

saldré después a decir misa

Deus meus, Deus meus, quare tristis est anima mea

luego volveré a casa, terminaré una epístola en tercetos,

escribiré unas hojas

de la comedia que encargaron unos representantes.

Que las cosas no marchan bien en el teatro,

y uno no puede dormirse en los laureles.

Hasta mañana, Noche.

Tengo que dar la cena a Marta,

asearla, peinarla (ella no vive ya en el mundo nuestro),

cuidar que no alborote mis papeles,

que no apuñale las paredes con mis plumas

—mis bien cortadas plumas—,

tengo que confesarla.  “Padre, vivo en pecado”

(no sabe que el pecado es de los dos),

y dirá luego: “Lope, quiero morirme”

(y qué sucedería si yo muriese antes que ella).

Ego te absolvo.

Y luego, sosegada, le contaré, para dormirla,

aventuras de olas, de galeones, de arcabuces, de rumbos marinos,

de lugares vividos y soñados: de lo que fue

y que no fue y que pudo ser mi vida.

Abre tus ojos verdes, Marta, que quiero oír el mar.

José Hierro: Agenda, 1991

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AVANZABA DE ESPALDAS AQUEL RÍO...

Avanzaba de espaldas aquel  río.

No miraba adelante, no atendía

a su Norte -que era el Sur.

Contemplaba los álamos

altos, llenos de sol, reverenciosos,

perdiéndose despacio cauce arriba.

Se embebía en los cielos

cambiantes

del otoño:

decía adiós a su luz.

Retenía un instante las ramas de los sauces

en sus espumas frías,

para dejarlas irse -o sea, quedarse-,

mojadas y brillantes, por la orilla.

En los remansos

demoraba su marcha,

absorto ante el crepúsculo.

No ignoraba el mar ácido, tan próximo

que ya en el viento su rumor se oía.

Sin embargo

continuaba avanzando de espaldas aquel río,

y se ensanchaba

para tocar las cosas que veía:

los juncos últimos,

la sed de los rebaños,

las blancas piedras por su afán pulidas.

Si no podía alcanzarlo,

lo acariciaba todo con sus ojos de agua.

¡Y con qué amor lo hacía!

Ángel González, Prosemas o menos, 1985

CALAMBUR


La axila vegetal, la piel de leche,

espumosa y floral, desnuda y sola,

niegas tu cuerpo al mar, ola tras ola,

y lo entregas al sol: que le aproveche.

La pupila de Dios, dulce y piadosa,

dora esta hora de otoño larga y cálida,

y bajo su mirada tu piel pálida

pasa de rosa blanca a rosa rosa.

Me siento dios por un instante: os veo

a él, a ti, al mar, la luz, la tarde.

Todo lo que contemplo vibra y arde,

y mi deseo se cumple en mi deseo:

dore mi sol así las olas y la

espuma que en tu cuerpo canta y canta

-mas por tus senos que por tu garganta-

do re mi sol la si la sol la si la.

Ángel González

AJENO

Largo se le hace el día a quien no ama

y él lo sabe. Y él oye ese tañido

corto y duro del cuerpo, su cascada

canción, siempre sonando a lejanía.

Cierra su puerta y queda bien cerrada;

sale y, por un momento, sus rodillas

se le van hacia el suelo. Pero el alba,

con peligrosa generosidad,

le refresca y le yergue. Está muy clara

su calle, y la pasea con pie oscuro,

y cojea en seguida porque anda

sólo con su fatiga. Y dice aire:

palabras muertas con su boca viva.

Prisionero por no querer, abraza

su propia soledad. Y está seguro,

más seguro que nadie porque nada

poseerá; y él bien sabe que nunca

vivirá aquí, en la tierra. A quien no ama,

¿cómo podemos conocer o cómo

perdonar? Día largo y aún más larga

la noche. Mentirá al sacar la llave.

Entrará. Y nunca habitará su casa.

Claudio Rodríguez, Alianza y condena, 1965.

CONTRA JAIME GIL DE BIEDMA

De qué sirve, quisiera yo saber, cambiar de piso,

dejar atrás un sótano más negro

que mi reputación —y ya es decir—,

poner visillos blancos

y tomar criada,

renunciar a la vida de bohemio,

si vienes luego tú, pelmazo,

embarazoso huésped, memo vestido con mis trajes,

zángano de colmena, inútil, cacaseno,

con tus manos lavadas,

a comer en mi plato y a ensuciar la casa?

Te acompañan las barras de los bares

últimos de la noche, los chulos, las floristas,

las calles muertas de la madrugada

y los ascensores de luz amarilla

cuando llegas, borracho,

y te paras a verte en el espejo

la cara destruida,

con ojos todavía violentos

que no quieres cerrar. Y si te increpo,

te ríes, me recuerdas el pasado

y dices que envejezco.

Podría recordarte que ya no tienes gracia.

Que tu estilo casual y que tu desenfado

resultan truculentos

cuando se tienen más de treinta años,

y que tu encantadora

sonrisa de muchacho soñoliento

—seguro de gustar— es un resto penoso,

un intento patético.

Mientras que tú me miras con tus ojos

de verdadero huérfano, y me lloras

y me prometes ya no hacerlo.

Si no fueses tan puta!

Y si yo supiese, hace ya tiempo,

que tú eres fuerte cuando yo soy débil

y que eres débil cuando me enfurezco...

De tus regresos guardo una impresión confusa

de pánico, de pena y descontento,

y la desesperanza

y la impaciencia y el resentimiento

de volver a sufrir, otra vez más,

la humillación imperdonable

de la excesiva intimidad.

A duras penas te llevaré a la cama,

como quien va al infierno

para dormir contigo.

Muriendo a cada paso de impotencia,

tropezando con muebles

a tientas, cruzaremos el piso

torpemente abrazados, vacilando

de alcohol y de sollozos reprimidos.

Oh innoble servidumbre de amar seres humanos,

y la más innoble

que es amarse a sí mismo!

Jaime Gil de Biedma: Las personas del verbo

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PALABRAS PARA JULIA

Tú no puedes volver atrás

porque la vida ya te empuja

como un aullido interminable.

Hija mía, es mejor vivir

con la alegría  de los hombres,

que llorar ante el muro ciego.

Te sentiré  acorralada,

te sentiré  perdida o sola,

tal vez querré no haber nacido.

Yo sé muy bien que te diré

que la vida no tiene objeto,

que es un asunto desgraciado.

Entonces siempre acuérdate

de lo que un día  yo escribí

pensando en ti como ahora pienso.

Un hombre sólo, una mujer  así

tomados de uno en uno,

son como polvo, no son nada.

Pero yo cuando te hablo a ti,

cuando te escribo estas palabras,

pienso también  en otros hombres.

Tu destino está en los demás,

tu futuro es tu propia vida,

tu dignidad es la de todos.

Otros esperan que resistas,

que les ayude tu alegría ,

tu canción entre sus canciones.

Entonces siempre acuérdate

de lo que un día yo escribí

pensando en ti como ahora pienso.

Nunca te entregues ni te apartes

junto al camino, nunca digas

no puedo más y aquí  me quedo.

La vida es bella, tú  verás

cómo a pesar de los pesares,

tendrás  amor, tendrás amigos.

Por lo demás  no hay elección

y este mundo tal como es

será  todo tu patrimonio.

Perdóname, no sé decirte

nada más, pero tú comprende

que yo aún  estoy en el camino.

Y siempre, siempre, acuérdate

de lo que un día yo escribí

pensando en ti como ahora pienso.

José Agustín Goytisolo: Palabras para Julia y otros poemas, Plaza Janés

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Novísimos

COMO SI FUERA ESTA NOCHE LA ÚLTIMA VEZ

Rota solitaria articulada muñeca

de sus alas sus gestos

la gogo girl

reivindica parcelas de aire

en un imprevisible océano

sin rosa de los vientos

sin norte nocturno ni sur de estío

la inutilidad de todo viaje

conduce a la isla de un podium

para bailar la danza de una tonta

muerte fingida por no fingir la vida

no no lee hasta entrada la noche

ni en invierno viaja hacia el sur

pero tiene bragas de espuma ambarina

sostenes de juguete un príncipe violeta

la despeña por los acantilados

del goce más pequeño

submarinos ya sus ojos nocturnos

la gogo girl

tiene la boca entreabierta por el prohibido

placer de no hablar apenas

sobre la tierna noche

y su manto de flores ateridas reposa

su falsa cabellera de niña emancipada

guitarras nada eléctricas sumergen despedidas

rómpete actriz del deseo de amar la vida

como si fuera

como si fuera esta noche la última vez

M. Vázquez Montalbán, A la sombra de las muchachas sin flor, 1971

CAPRICHO EN ARANJUEZ

Raso amarillo a cambio de mi vida.

Los bordados doseles, la nevada

palidez de las sedas. Amarillos

y azules y rosados terciopelos y tules

y ocultos por sedas recamadas

plata, jade y sutil marquetería.

Fuera breve vivir. Fuera una sombra

o una fugaz constelación alada.

Geométricos jardines. Aletea

el hondo transminar de las magnolias.

Difumine el balcón, ocúlteme

la bóveda de umbría enredadera.

Fuera hermoso morir. Inflorescencias

de mármol en la reja encadenada:

perpetua floración en las columnas

y un niño ciego juega con la muerte.

Fresquísimo silencio gorgotea

de las corolas de la balaustrada.

Cielo de plata gris. Frío granito

y un oculto arcaduz iluminado.

Deserten los bruñidos candelabros

entre calientes pétalos y plumas.

Trípodes de caoba, pebeteros

o delgado cristal. Doce relojes

tintinean las horas al unísono.

Juego de piedra y agua. Desenlacen

sus cendales los faunos. En la caja

de fragante peral están brotando

punzantes y argentinas pinceladas.

Músicas en la tarde. Crucería,

polícromo cristal. Dejad, dejadme

en la luz de esta cúpula que riegan

las transparentes brasas de la tarde.

Poblada soledad, raso amarillo

a cambio de mi vida.

Guillermo Carnero, Dibujo de la muerte.

NOCTURNO

Duermes como la noche duerme:

con silencio y con estrellas.

Y con sombras también.

Como los montes sienten el peso de la noche,

así hoy sientes tú esos pesares

que el tiempo nos depara:

suavemente y en paz.

Te han llovido las sombras,

pero estás aquí, abrazando en la almohada

(en negra noche)

toda la luz del mundo.

Yo pienso que la noche, como la vida, oculta

miserias y terrores,

mas tú duermes a salvo,

pues en el pecho llevas una hoguera de oro:

la del amor que enciende más amor.

Gracias a él aún crecerá en el mundo

el bosque de lo manso

y seguirán girando los planetas

despacio, muy despacio, encima de tus ojos,

produciendo esa música

que en tu rostro disuelve la idea del dolor,

cada dolor del mundo.

Reposas en lo blanco

como en lo blanco cae en paz la nieve,

duermes como la noche duerme

en el rostro sereno de esa niña

que todavía ignora

aquel dolor que habrá de recibir

cuando sea mujer.

Otra noche,

la nieve de tu piel y de tu vida

reposan milagrosamente al lado

de un resplandor de llamas,

del amor que se enciende en más amor.

El que te salvará.

El que nos salvará.

Antonio Colinas: Libro de la mansedumbre

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Poesía de la experiencia

Bajo una lluvia fría de polígono,

con un cielo drogado de tormenta

y nubes de extrarradio.

Porque este amor de llaves prestadas nos envuelve

en una intimidad provisional,

paredes que no hacen compañía

y objetos como búhos en la sombra.

Son

las sábanas más tristes de la tierra.

Mira

cómo vive la gente.

Luis García Montero, Diario cómplice, 1987.

ESTELA EN  ITÁLICA

Valoramos la vida por encima del mármol,

de los hondos tesoros y abalorios.

Apostamos muy fuerte por la vida.

Desdeñamos el cetro del poder, que esclavizaba,

y el oro temeroso del avaro.

“Vale más el amor de una muchacha

que todos los imperios de la tierra.”

Eso dijimos.

Hoy las piedras enfermas sobreviven,

puestas al duro sol como reliquias,

y crece el amarillo jaramago.

Nuestra vida valía

aún menos que las piedras.

Felipe Benítez Reyes: Equipaje abierto, 1996

COLLIGE ROSAS

Apurar este día

como si fuese el último.

Quemarlo

como el último cigarrillo que le queda al insomne.

Demorarlo en los labios

como la sílaba última de una fórmula mágica.

Que dependa de él —como esa moneda

que el suicida dudoso lanza al aire—

el exacto sentido de la vida,

ese desorden

de quimeras que mueren en las manos

como rosas pisadas,

sangrantes de color y aturdimiento.

Felipe Benítez Reyes: Equipaje abierto, 1996

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Dos poetas andaluzas

Soneto del amor y la muerte

Yo quisiera morir sólo un momento

para ver lo que soy en tu memoria,

conocer tu versión de nuestra historia

y saber en qué piedra me sustento.

Sólo el paso levísimo de un viento.

Tan sólo contemplar la trayectoria

desde mi muerte a ti. Y qué victoria

detener tu tormenta. Tu tormento.

Morirme de verdad nunca podría.

Si perdiera la voz la robaría:

con mi piel, con mis puños, con mis huellas

a gritos me llamaras, te llamara

y al borde de la muerte te esperara

para subir contigo a las estrellas.

Julia Uceda: Mariposa en cenizas

Sazón

Ya está todo en sazón. Me siento hecha,
me conozco mujer y clavo al suelo
profunda la raíz, y tiendo en vuelo

la rama, cierta en ti, de su cosecha.
¡Cómo crece la rama y qué derecha!
Todo es hoy en mi tronco un solo anhelo
de vivir y vivir: tender al cielo,
erguida en vertical, como la flecha
que se lanza a la nube. Tan erguida
que tu voz se ha aprendido la destreza
de abrirla sonriente y florecida.
Me remueve tu voz. Por ella siento
que la rama combada se endereza
y el fruto de mi voz se crece al viento.

Mª Victoria Atencia

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Poesía actual

CIBELES ANTE LA OFRENDA ANUAL DE TULIPANES

“¡Que mi corazón estalle!

Que el amor a su antojo,

acabe con mi cuerpo. "

AMARU

Desprendida su funda, el capullo,

tulipán sonrosado, apretado turbante,

enfureció mi sangre con brusca primavera.

Inoculado el sensual delirio,

lubrica mi saliva tu pedúnculo;

el tersísimo tallo que mi mano entroniza.

Alta flor tuya erguida en los oscuros parques;

oh, lacérame tú, vulnerada derríbame

con la boca repleta de tu húmeda seda.

Como anillo se cierran en tu redor mis pechos,

los junto, te me incrustas, mis labios se entreabren

y una gota aparece en tu cúspide malva.

Ana Rossetti.

Mi padre enfermo de sueños

en el asfalto incandescente de cien mil mediodías caminados

bajo el sol en vertical

perdió sus pies

y apoyado en sus rodillas sigue buscando

el camino de vuelta a casa.

Mi padre sueña,

rendido por el cansancio,

que vuelve a su tierra y planta sus piernas y le crecen pies jóvenes

y la savia de su tierra negra le alivia el dolor de las arrugas

y resucita sus cabellos muertos.

Luego despierta en un piso alquilado a la ciudad de los huracanes de la miseria

y blasfema y maldice y no tiene amigos.

Escondido en la noche

papá llora por las certezas que lo defraudaron.

Del otro lado de su piel

mamá llora por mamá

mamá llora por su casa que ya no habita

y por paz y reposo y risa.

Papá y mamá lloran

cada uno a espaldas del otro en la cama

en el más crudo estruendoso hermoso silencio

que modula en frecuencias infrahumanas

sonidos que se articulan como palabras:

"si aquí no están mis sueños

cómo puedo dormir aquí".

Y que sólo yo escucho

con la cabeza enterrada en la almohada.

Concebida de la nostalgia

nací con lágrimas en el sexo con tierra en los ojos con sangre en la cabeza.

No soy lo que soñaron

como tampoco lo son sus vidas.

Miriam Reyes, Espejo negro, DVD ediciones, Barcelona, 2001.


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