Romancero Viejo

Imprimir
Usar puntuación: / 12
MaloBueno 

Antología del Romancero viejo. Se trata de una pequeña muestra de romances de la segunda mitad del siglo XV  principios del XVI.

 

  

ROMANCERO. ANTOLOGÍA 

 

Gentil dona, gentil dona

En Santa Águeda de Burgos

La venganza de Mudarra

Abenámar, Abenámar

Álora, la bien cercada

Nunca fuera caballero (Romance de Lanzarote)

La bella mal maridada

Rosafresca, Rosafresca

Quien hubiese tal ventura (Romance del Infante Arnaldos)

Fontefrida, fontefrida

A cazar va don Rodrigo (Romance de la Infantina)

  

 

El romance de “Gentil dona” es el más antiguo de los conservados por escrito. Lo presentamos en su versión original:

 

 Gentil dona, gentil dona,           dona de bell pareçer,

los pies tingo en la verdura       esperando este plazer.

Por ý passa ll'escudero            mesurado e cortés.

Las paraulas que me dixo         todas eran d'amorés.

—Thate, escudero, este cuerpo,     este cuerpo a tu plazer,

las tetillas agudillas       qu'el brial quieren fender.

Allí dixo l'escudero:      —No es hora de tender,

la muller tingo fermosa,            fijas he de mantener,

el ganado en la sierra    que se me ua a perder,

els perros en las cadenas          que no tienen que comer.

—Allá vayas, mal villano,         Dios te quiera mal fazer,

por un poco de mal ganado      dexas cuerpo de plazer. 

 L'ESCORRAGUDA ES: 

Mal me quiere mestre Gil,        e fazelo con drecho.

Bien me quie[re] su muger        que'm echa en el son lecho.   Arriba


    En Santa Águeda de Burgos,       do juran los hijos de algo,

allí toma juramento       el Cid al rey castellano,

si se halló en la muerte     del rey don Sancho su hermano.

Las juras eran muy recias,              el rey no las ha otorgado:

«Villanos te maten, Alonso,       villanos, que no hidalgos,

de las Asturias de Oviedo,       que no sean castellanos;

si ellos son de León,         yo te los dó por marcados;

caballeros vayan en yeguas,     en yeguas, que no en caballos;

las riendas traigan de cuerda,       y no con frenos dorados;

abarcas traigan calzadas,              y no zapatos con lazo;

las piernas traigan desnudas,      no calzas de fino paño;

traigan capas aguaderas,               no capuces ni tabardos,

con camisones de estopa,        no de holanda ni labrados.

Mátente con aguijadas,                 no con lanzas ni con dardos;

con cuchillos cachicuernos,      no con puñales dorados;

mátente por las aradas,                   no por caminos hollados;

sáquente el corazón          por el derecho costado,

si no dices la verdad         de lo que te es preguntado,

si tú fuiste o consentiste              en la muerte de tu hermano».

Allí respondió el buen rey,     bien oiréis lo que ha hablado:

«Mucho me aprietas, Rodrigo,   Rodrigo, mal me has tratado;

mas hoy me tomas la jura,       cras me besarás la mano».

Allí respondió el buen Cid,      como hombre muy enojado:

«Aqueso será, buen rey,              como fuere galardonado;

que allá en las otras tierras      dan sueldo a los hijos d'algo.

Por besar mano de rey                no me tengo por honrado;

porque la besó mi padre             me tengo por afrentado».

«Vete de mis tierras, Cid,           mal caballero probado;

vete, no me entres en ellas            hasta un año pasado»

«Que me place—dijo el Cid—     que me place de buen grado,

por ser la primera cosa                  que mandas en tu reinado.

Tú me destierras por uno,        yo me destierro por cuatro.»

Ya se partía el buen Cid             de Vivar, esos palacios.

Las puertas deja cerradas,       los alamudes echados,

las cadenas deja llenas                   de podencos y de galgos.

Con él lleva sus halcones,             los pollos y los mudados.

Con él van cien caballeros,      todos eran hijos de algo;

los unos iban a mula;         y los otros a caballo;

por una ribera arriba       al Cid van acompañando;

acompañándolo iban,                  mientras él iba cazando.  Arriba


 

 

            LA VENGANZA DE MUDARRA 

 

A cazar va don Rodrigo,      y aun don Rodrigo de Lara;

con la gran siesta que hace,     arrimádose ha a una haya

,maldiciendo a Mudarrillo,         hijo de la renegada,

que si a las manos le hubiese,   que le sacaría el alma.

El señor estando en esto,       Mudarrillo que asomaba.

“Dios te salve, caballero,          debajo la verde haya.”

“Así haga a ti, escudero,          buena sea tu llegada.”

“Dígasme tú, el caballero,         cómo era la tu gracia.”

“A mí dicen don Rodrigo,      y aun don Rodrigo de Lara,

cuñado de Gonzalo Gustos,    hermano de doña Sancha;

por sobrinos me los hube              los siete infantes de Salas.

Espero aquí a Mudarrillo,         hijo de la renegada;

si delante lo tuviese,         yo le sacaría el alma.”

“Si a ti dicen don Rodrigo,    y aun don Rodrigo de Lara,

a mí Mudarra González,            hijo de la renegada,

de Gonzalo Gustos hijo         y anado de doña Sancha;

por hermanos me los hube      los siete infantes de Salas.

Tú los vendiste, traidor,                 en el val de Arabiana;

mas si Dios a mí me ayuda,      aquí dejarás el alma.”

“Espéresme, don Gonzalo,    iré a tomar las mis armas”

“El espera que tú diste    a los infantes de Lara.

Aquí morirás, traidor,   enemigo de doña Sancha.”  Arriba

 


 

 

  —¡Abenámar, Abenámar,       —moro de la morería,

 el día que tú naciste      —grandes señales había

!Estaba la mar en calma,           —la luna estaba crecida:

moro que en tal signo nace,     —no debe decir mentira. 

Allí le responde el moro,    —bien oiréis lo que decía:

—Yo te la diré, señor, —aunque me cueste la vida,

porque soy hijo de un moro    —y una cristiana cautiva;

siendo yo niño y muchacho    —mi madre me lo decía:

que mentira no dijese,  —que era grande villanía:

por tanto pregunta, rey,            —que la verdad te diría. 

—Yo te agradezco, Abenámar,          —aquesa tu cortesía.

¿Qué castillos son aquellos? - ¡Altos son y relucían!

—El Alhambra era, señor,       —y la otra la mezquita;

los otros los Alixares,   —labrados a maravilla.

El moro que los labraba           —cien doblas ganaba al día,

y el día que no los labra           —otras tantas se perdía.

El otro es Generalife,    —huerta que par no tenía;

el otro Torres Bermejas,          —castillo de gran valía.

Allí habló el rey don Juan,     —bien oiréis lo que decía:

—Si tú quisieses, Granada,      —contigo me casaría;

daréte en arras y dote  —a Córdoba y a Sevilla.

—Casada soy, rey don Juan, —casada soy, que no viuda;

el moro que a mí me tiene, —muy grande bien me quería. Arriba  

 


 

   Álora, la bien cercada, —tú que estás en par del río,

cercóte el adelantado   —una mañana en domingo,

de peones y hombres de armas—el campo bien guarnecido,

con la gran artillería      —hecho te había un portillo.

Viérades moros y moras    —todos huir al castillo:

las moras llevaban ropa,           —los moros harina y trigo,

y las moras de quince años   —llevaban el oro fino,

y los moricos pequeños     —llevaban la pasa y higo.

Por cima de la muralla  —su pendón llevan tendido.

Entre almena y almena   —quedado se había un morico

con una ballesta armada,   —y en ella puesta un cuadrillo.

En altas voces decía,    —que la gente lo había oído:

¡Treguas, treguas, adelantado,—por tuyo se da el castillo!

Alza la visera arriba,     —por ver el que tal le dijo:

asestárale a la frente,     —salido le ha al colodrillo.

Sacólo Pablo de rienda,     —y de mano Jacobillo,

estos que había criado     —en su casa desde chicos.

Lleváronle a los maestros     —por ver si será guarido;

a las primeras palabras     —el testamento les dijo. Arriba

 


   El romance de Lanzarote es conocido por la paráfrasis que de él hace Cercantes en su Quijote.  

 

Nunca fuera caballero    de damas tan bien servido

como fuera Lanzarote    cuando de Bretaña vino:

doncellas curaban d'él    y dueñas de su rocino,

esa dueña Quintañona,     ésa le escanciaba el vino,

la linda reina Ginebra       se lo acostaba consigo.

Estando al mejor sabor,           que sueño no había dormido,

la reina toda turbada       movido le ha un partido:

—Lanzarote, Lanzarote,          si antes fuérades venido

no dijera el Orgulloso      las palabras que había dicho:

que mataría al rey Artús    y aun a todos sus sobrinos

y a pesar de vos, señor,              él dormiría conmigo.

— Lanzarote que lo oyó          gran pesar ha recebido,

lleno de muy gran enojo           sus armas había pedido;

armóse de todas ellas,     de la reina se ha partido,

va a buscar al Orgulloso,          hallólo bajo de un pino.

Combátense de las lanzas,        a las hachas han venido;

de la sangre que les corre          todo el campo está teñido.

Ya desmaya el Orgulloso,       ya cae en tierra tendido,

cortado le ha la cabeza                sin hacer ningún partido.

Tornóse para la reina     de quien fue bien recebido.  Arriba

 


 

    —La bella mal maridada,       —de las lindas que yo vi,

véote tan triste, enojada;                 —la verdad dila tú a mí.

Si has de tomar amores                 —por otro, no dejes a mí,

que a tu marido, señora,                —con otras dueñas lo vi,

besando y retozando:        —mucho mal dice de ti;

juraba y perjuraba        —que te había de ferir.

— Allí habló la señora,      —allí habló, y dijo así:

—Sácame tú, el caballero,       —tú sacásesme de aquí;

por las tierras donde fueres     —bien te sabría yo servir:

yo te haría bien la cama               —en que hayamos de dormir,

yo te guisaré la cena     —como a caballero gentil,

de gallinas y de capones               —y otras cosas más de mil;

que a este mi marido    —ya no le puedo sufrir,

que me da muy mala vida      —cual vos bien podéis oír.

— Ellos en aquesto estando     —su marido hélo aquí: 

—¿Qué hacéis, mala traidora?    —¡Hoy habedes de morir!

—¿Y por qué, señor?¿por qué?    —que nunca os lo merecí

Nunca besé a hombre,    —mas hombre besó a mí;

las penas que él merecía,     —señor, daldas vos a mí:

con riendas de tu caballo,         —señor, azotes a mí;

con cordones de oro y sirgo     —viva ahorques a mí.

En la huerta de los naranjos      —viva entierres tú a mí,

en sepoltura de oro      —y labrada de marfil;

y pongas encima un mote,        —señor, que diga así:

«Aquí está la flor de las flores,    —por amores murió aquí; 

cualquier que muere de amores    —mándese enterrar aquí, 

que así hice yo, mezquina,    — que por amar me perdí.»  

Arriba


 

  -Rosafresca, Rosafresca          tan garrida y con amor,

cuando yo os tuve en mis brazos    no vos supe servir, no,

y agora que os serviría non vos puedo haber, no.

-Vuestra fue la culpa, amigo,    vuestra fue, que mía no:

enviástesme una carta   con un vuestro servidor

y en lugar de recaudar  el dijera otra razón:

que érades casado, amigo,       allá en tierras de León,

que tenéis mujer hermosa         y hijos como una flor.

-Quien os lo dijo, señora,         no vos dijo verdad, no,

que yo nunca entré en Castilla     ni allá en tierras de León,

sino cuando era pequeño         que no sabía de amor.  Arriba

 


 

   Presentamos el romance del infante Arnaldos en su versión del Cancionero de Romances de Martín Nucio.   

 

Quien hubiese tal ventura

sobre las aguas del mar

como hubo el conde Arnaldos

la mañana de san Juan.

Con un falcón en la mano,

la caza iba a cazar;

vio venir una galera

que a tierra quiere llegar.

Las velas traía de seda,

la ejarcia de un cendal;

marinero que la manda

diciendo viene un cantar

que la mar facía en calma,

los vientos hace amainar;

los peces que andan nel hondo

arriba los hace andar,

las aves que andan volando

en el mástil las face posar.

“Galera, la mi galera,

Dios te me guarde de mal,

de los peligros del mundo

sobre aguas de la mar,

de los llanos de Almería,

del estrecho de Gibraltar,

y del golfo de Venecia

y de los bancos de Flandes

 y del golfo de León

donde suelen peligrar.”

Allí fabló el conde Arnaldos,

bien oiréis lo que dirá:

“Por dios te ruego, marinero,

digasme ora ese cantar.”

Respondiole el marinero,

tal respuesta le fue a dar:

“Yo no digo esta canción

sino a quien conmigo va.”  Arriba

 


 

   Fontefrida, fontefrida,     

fontefrida y con amor,

do todas las avecicas     

van tomar consolación,

sino es la tortolica     

que está viuda y con dolor.

Por allí fuera a pasar     

el traidor de ruiseñor;

las palabras que le dice     

llenas son de traición:

—Si tú quisieses, señora,     

yo sería tu servidor.

—Vete d'ahí, enemigo,     

malo, falso, engañador,

que ni poso en ramo verde,     

ni en prado que tenga flor;

que si el agua hallo clara,     

turbia la bebía yo;

que no quiero haber marido,     

porque hijos no haya, no:

no quiero placer con ellos,     

ni menos consolación.

¡Déjame, triste enemigo,     

malo, falso, mal traidor,

que no quiero ser tu amiga     

ni casar contigo, no!

 Arriba 


 

 Romance de la infantina  

 

A Cazar va el caballero,

a cazar como solía;

los perros lleva cansados,

el falcón perdido había.

Arrimarase a un roble,

alto es a maravilla.

En una rama más alta

viera estar una infantina.

Cabellos de su cabeza

todo el roble cubrían.

“No te espantes caballero

ni tengas tamaña grima.

Fija soy yo del buen rey,

y de la reina de Castilla;

siete hadas me fadaron

en brazos de una ama mía,

que andase los siete años

sola en esta montina.

Hoy se cumplían los siete años

o mañana en aquel día.

Por Dios te ruego, caballero

llevesme en tu compañía:

si quisieres por mujer;

si no, sea por amiga.”

“Espereisme vos señora,

fasta mañana aquel día;

iré yo tornar consejo

de una madre que tenia.”

La niña le respondiera

y estas palabras decía:

“Oh mal aya el caballero

que sola deja la niña;

él se va a tomar consejo

y ella queda en la montina.”

Aconsejole su madre

que la tomase por amiga.

Cuando volvió el caballero,

no la hallara en la montina.

Vido la que la llevaban

con muy gran caballería.

El caballero desque la vido

en el suelo se caía.

Desque en si hubo tornado

estas palabras decía:

“Caballero que tal pierde

muy gran pena merecía.

Yo mesmo seré el Alcalde,

yo me seré la justicia:

que le corten pies y manos

y lo arrastren por la villa.”

Arriba